ANTES DE TENER HIJOS PENSABA.


“Antes de tener hijos mis hijos se iban a llamar Sergio, Arya, Pablo y Heretria. Pobre, pensaba que iba a tener cuatro hijos, ¡cuatro! También pensaba que jamás iba a engancharme con una película infantil, y una tarde terminé llorando a cántaros con Toy Story 3. Cuántas cosas imaginamos antes de tenerlos, ¿cuántas de esas cosas se hacen realidad?
Antes de tener hijos pensaba que me iba a costar tener hijos y después me sorprendí de lo rápido que fue, aunque no me hice a la idea hasta un tiempo después. Estaba convencida de que durante el embarazo iba a engordar nueve kilos, según el famoso “kilo por mes” pero terminé con 14 kilos arriba sin poder creer el número estrafalario que anunciaba la balanza.
Creía que ser mamá no podía ser tan difícil según lo que me contaban las otras mamás, pero el día que llegamos a casa sentí el miedo más irracional que jamás había sentido y entendí que muchas de esas otras mamás no me estaban diciendo la verdad. También creía que mal dormida mi humor iba a vivir malhumorada, hasta que un domingo me hizo reír a las 6.50 am y supe que era capaz de sonreír al alba y aunque casi no hubiera dormido. Y un domingo.
Pensaba que mis hijos no iban a ver tele hasta los 2 años hasta que me di cuenta de que, si la ponía, podía bañarme, peinarme y vestirme, todo de un tirón, y ni lo dudé. Pensaba que a los tres meses ya lo iba a pasar a su habitación, y era el mes 8 y todavía seguía durmiendo a mi lado.
Antes de tener hijos jamás se me iba a caer un hijo de la cama, y un día sucedió, en una milésima de segundo que me di vuelta, y volví a sentir ese miedo irracional del día que entramos en casa y empezaba, formalmente, mi nueva vida. Estaba segura de que no iba a escucharlo cuando se despertara de noche “porque duermo como un tronco” y cuando se lo dije a la matrona, me miró, sonrió con un dejo de pena y me acarició la cabeza. Ella sabía que sí iba a escucharlo. Y tenía razón. Algo se activa adentro de una que hace que el sueño mute y que seas capaz de descansar, aún con un ojo abierto, una oreja atenta o un brazo a 90 grados.
Estaba segura de que a los pocos meses iba a querer volver a sentarme con el teclado y escribir en el blog, pero después me di cuenta de que no me daba la cabeza, como si las neuronas estuvieran dormidas.
Antes de tener hijos pensaba que no iba a hacer falta levantar la voz, hasta que un día me encontré pegando un grito en plena calle; antes de tener hijos veía problemas donde no los había pero después me di cuenta de que ésos, en realidad, no eran problemas.
Antes de tener hijos creía que lo peor que me podía pasar a la hora de dormir era tener que madrugar a la mañana siguiente y que dormir poco era quedarse hasta muy tarde viendo la tele en día de diario. Ahora, sé que aquellas noches son un sueño, y que el mío nunca volverá a ser igual, porque desde hace tres años duermo con un ojo abierto y el otro cerrado y, si oigo mamá en sueños, me despierto buscando un vaso de agua en automático (por lo menos ya no me saco la teta, también en automático).
Antes de tener hijos pensaba que cansarse era trabajar mucho, ir de compras en ofertas o hacer una mudanza, por poner algún ejemplo. Ahora, sé que era una floja que no sabía nada del mundo y de la vida y que no hay deporte más intenso ni agotador que la maternidad.
Antes de tener hijos, cuando me preguntaban por una película yo respondía, «sí, esa la vi». Ahora, lo que respondo es «sí, esa la veo». Porque las veo en bucle y de continuo. Y por supuesto, todas del mismo género. Soy más chica Disney que Selena Gómez.
Antes de tener hijos yo sabía que los querría. Mucho. Muchísimo. Ahora, comprendo que nada me preparó para este amor devastador y absoluto que siento por mis hijos. Este amor que sólo persigue su bienestar, su felicidad. Este amor que me hace mejor persona, que me ilumina en todas mis sombras y me fuerza a superarme, que me sirve de espejo, que me espolea, que me vuelve valiente, fuerte, invencible, incluso adulta, si es por ellos. Ahora, sé que nada brilla más que mi presente, porque no cambiaría todas esas maravillas perdidas por una sola de las sonrisas de mi hijos. Una sola. Ya ni hablemos de un te quiero mami.
Antes de tener hijos, yo pensaba que lo peor que me podía pasar era sufrir. Yo. Ahora, sé que no hay nada peor en el mundo que verlos sufrir a ellos. Nada. Y que lo cambiaría sin dudar, con los ojos cerrados.
Y, por supuesto, antes de tener hijos yo era mucho mejor madre de lo que soy ahora. O eso me creía. Como creía que sabía mucho de chicos, que sabía todo lo que había que hacer y, sobre todo, que sabía todo lo que NO hay que hacer y yo, obviamente, no haría (esto da para uno de los famosos «YoNunca» universales, un día escribiré los míos). Ahora, sé que siempre se crían mucho mejor los hijos que tienen los demás (sobre todo cuando vos todavía no tenes) y que los propios te revolucionan la vida y todo lo que pensaste alguna vez en ella.
Porque antes de tener hijos, creía que yo les enseñaría todo lo que sé. Pero ahora… ahora, tengo claro que son mis hijos los que me está enseñando a mí todo lo que no sé yo.
Antes de tener hijos pensaba que, cuando los tuviera, mi vida iba a cambiar para siempre, y esto fue en lo único que no me equivoqué. Hubo un segundo en que mi vida cambió para siempre, ese segundo en que empecé a querer a otra persona, muchísimo más que a mi propia vida.”

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